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Hay días en los que me gustaría ser viento

para viajar a tu lado y mover tu pelo

mientras vuelves de clase o del trabajo en bici

y piensas que ojalá estuviera a tu lado.



Hay días en los que me hubiera gustado estudiar física,

ingeniería o astroquímica,

para crear una máquina de teletransporte

capaz de llevarme a tus brazos.



También hay días que solo alcanzo a escucharte,

o a leer tus mensajes tras una pantalla,

pensando que cualquier cosa que diga o escriba

romperá la magia y despertaré de este sueño.



Pero es por las noches cuando más quiero estar a tu lado,

robando horas al tiempo y recordándole que “aún no” al reloj.

Que todavía es pronto para despertarnos de este sueño

en el que tu nombre y el mío se responden, sin dudarlo, con un “nosotras”.

 

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Entre sus ojos y el mar hay un puente;

hilos invisibles

que amarran sus pensamientos para no escapar.



El azul

llora lágrimas con sal de más.

El verde

mece las algas y se deja llevar.



Un paso, y otro,

ten cuidado de no tropezar.

De puntillas y sin hacer ruido,

no vaya a ser que te oigan suspirar.



Entre sus ojos y el mar hay un puente

que ya nadie se atreve a cruzar.


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Hay un sonido encerrado en mi garganta desde hace años.

Lo forman cientos de palabras que quieren escapar de mi cuerpo: ideas, emociones, sentimientos, alguna que otra decepción, rabia y deseos que necesitan tomar forma.

Me encantaría que esas palabras se convirtieran en grito y sonaran hasta hacer callar a mis pensamientos, hasta que se desvanezcan los golpes. Que después sólo quedara silencio: vaciarme. Que me escuchen.

Sobre todo me gustaría que me escuchen. Gritar por la libertad.

Hay un grito encerrado en mi garganta que quiere salir, porque nací sin voz y el mundo hace mucho tiempo que ha dejado de escuchar(me).

Ese grito hoy va a ser escuchado porque todo cambia empezando con un ejemplo, y yo he decidido coger aire y empezar a gritar.