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SOL DE INVIERNO

El sol de invierno alumbra mis lágrimas de primavera,
o viceversa.
Cuando los demás encienden luces en las calles y en sus casas,
yo tiendo a apagarme.

Siempre este infernal frío que persiste en encerrarse entre mis costillas.
Benditas contradicciones que hacen de la vida un lugar pasajero en el que
quedarse.
Bipolaridad disimulada a base de versos y canciones.
Huidas en forma de llegada.
Sonrisas políticas que borran el camino en vez de trazarlo.

Pero qué esperar, si calienta más el sol en los días fríos que en pleno verano.


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La magia del silencio

     Recuerdo los días de verano en los que el calor era lo que me despertaba temprano cada mañana. Mis amigos huían a sus pueblos o de vacaciones con sus familias y yo tenía por delante horas y horas de aburrimiento gratuito a menos que decidiera ponerle remedio.

     Me encantaba ir al parque más grande de mi ciudad a intentar buscar sombra e inspiración. Y así descubrí el circo. Fue una mañana en la que el silencio sólo se veía roto por el canto de los pájaros valientes que combatían las altas temperaturas. En ese parque vi a un grupo de chicos y chicas (no mucho mayores que yo por entonces) con objetos extraños que arrojaban al aire para recogerlos y hacer figuras que me parecían imposibles, desafiando la ley de la gravedad, incluso se los pasaban entre ellos por parejas. Reconozco que me quedé absorta contemplándolos, en silencio y desde lejos para no romper esa magia que parecía rodearles.

     Puede que pasara media hora o más, no lo recuerdo porque el tiempo dejo de importarme, cuando me levanté y me acerqué a hablar con ellos para que me explicaran cómo eran capaces de hacer cosas que a mí me parecían eso: pura magia.

     Malabares, circo, monociclo, acrobacias…son palabras que forman parte de mi vida desde ese momento, y aún sigo yendo a ese mismo parque a practicar y hacer “magia” para lograr que se pare el tiempo. Puede que algún día, alguien se acerque a mí para preguntarme cómo lo consigo.

- 30 de junio 2015 -

 

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Hay días en los que me gustaría ser viento

para viajar a tu lado y mover tu pelo

mientras vuelves de clase o del trabajo en bici

y piensas que ojalá estuviera a tu lado.



Hay días en los que me hubiera gustado estudiar física,

ingeniería o astroquímica,

para crear una máquina de teletransporte

capaz de llevarme a tus brazos.



También hay días que solo alcanzo a escucharte,

o a leer tus mensajes tras una pantalla,

pensando que cualquier cosa que diga o escriba

romperá la magia y despertaré de este sueño.



Pero es por las noches cuando más quiero estar a tu lado,

robando horas al tiempo y recordándole que “aún no” al reloj.

Que todavía es pronto para despertarnos de este sueño

en el que tu nombre y el mío se responden, sin dudarlo, con un “nosotras”.

 

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Entre sus ojos y el mar hay un puente;

hilos invisibles

que amarran sus pensamientos para no escapar.



El azul

llora lágrimas con sal de más.

El verde

mece las algas y se deja llevar.



Un paso, y otro,

ten cuidado de no tropezar.

De puntillas y sin hacer ruido,

no vaya a ser que te oigan suspirar.



Entre sus ojos y el mar hay un puente

que ya nadie se atreve a cruzar.


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Hay un sonido encerrado en mi garganta desde hace años.

Lo forman cientos de palabras que quieren escapar de mi cuerpo: ideas, emociones, sentimientos, alguna que otra decepción, rabia y deseos que necesitan tomar forma.

Me encantaría que esas palabras se convirtieran en grito y sonaran hasta hacer callar a mis pensamientos, hasta que se desvanezcan los golpes. Que después sólo quedara silencio: vaciarme. Que me escuchen.

Sobre todo me gustaría que me escuchen. Gritar por la libertad.

Hay un grito encerrado en mi garganta que quiere salir, porque nací sin voz y el mundo hace mucho tiempo que ha dejado de escuchar(me).

Ese grito hoy va a ser escuchado porque todo cambia empezando con un ejemplo, y yo he decidido coger aire y empezar a gritar.